Frustración en los niños: Qué es y cómo enseñar a nuestro hijo a lidiar con ella
La dificultad en tolerar adecuadamente la frustración en los niños, es quizá una de las consecuencias que más pueden desgastar a padres y madres en su labor parental. En las siguientes líneas, explicamos qué es la frustración y qué podemos aportar a nuestros hijos para que adquieran una habilidad tan importante como ésta.
Frustración en los niños
¿Qué entendemos por frustración? La frustración, puede definirse como un estado psíquico que a menudo experimentamos en la vida al vernos privados o imposibilitados de poder satisfacer un deseo o una necesidad en el momento sentido, y que a menudo se acompaña de sentimientos como tristeza, angustia o, en el peor de los casos, ira.
Desde que nacemos, nuestro cerebro se las ingenia para lograr la satisfacción de nuestras necesidades y procurar la supervivencia mediante el cuidado de los otros. Así, el bebé responde a cada necesidad insatisfecha a través del llanto, la forma más arcaica de comunicación que tenemos los humanos, para captar la atención del cuidador y que éste pueda satisfacer su necesidad.
Al principio, el bebé tan sólo reclama la satisfacción de sus necesidades más básicas (llora cuando tiene hambre, cuando le incomoda el pañal, cuando tiene sueño y cuando se siente desprotegido), que, de posponerlas, podríamos incluso poner en peligro el buen desarrollo de nuestro hijo. Pero a medida que su sistema nervioso madura y se despliegan estructuras cerebrales, el niño adquiere nuevos logros como la intencionalidad en sus acciones, el pensamiento, el lenguaje y una mayor autonomía con el desarrollo del aparato locomotor.
Es entonces, cuando las motivaciones que movilizan el comportamiento, se hacen más complejas y las necesidades básicas se conjugan con el capricho y el deseo. Ya no sólo manifiesta desagrado porque tiene hambre o ingiere algún alimento que le resulta extraño y desagradable, sino que ahora también muestra enfado y frustración ante la insatisfacción de tener que ingerir un alimento que, aunque le gusta, prefería otro en ese momento.
Enseñar a los niños a tolerar su frustración
Tolerar la frustración, significa saber demorar la gratificación o postergar el deseo, es un logro indispensable en nuestra cultura. Uno no puede ser ni tener cuanto quiere, cuando lo desea.
Como seres inmersos en una cultura, estamos limitados por el funcionamiento de una estructura social, que determina el modo como debemos proceder para ser y tener cuanto deseamos.
Uno no puede comprarse un coche si no lo puede pagar, ni tampoco puede ser ingeniero si no adquiere el título, y por más que no le guste, uno tendrá que pagar impuestos que no entiende y multas que considerará injustas y, en definitiva, vérselas con una sociedad que a veces no pone las cosas fáciles para que podamos sentirnos a gusto con nosotros mismos.
Por tanto, no dudéis que una herramienta indispensable para asegurar el buen futuro de nuestros hijos, es enseñarles a lidiar de forma adaptativa con los sentimientos que subyacen al “muro de la frustración”. Enseñarles, que hay deseos y necesidades, que en ocasiones deben postergarse tras la elaboración de un cuidadoso plan que uno debe ejecutar con tenacidad y perseverancia. No olvidemos, que la infancia es un espacio de tiempo en el que los niños deben prepararse para que puedan funcionar exitosamente y de forma autónoma en nuestra sociedad cuando se hagan adultos. Por lo tanto, debemos hacer de la infancia un simulacro de la vida adulta real, adaptada a las necesidades de cada etapa evolutiva, donde haya lugar para la felicidad y la alegría, pero también para la tristeza y la insatisfacción.
Los niños que van adquiriendo la habilidad de postergar el deseo, tienden a ser niños mejor integrados en su grupo de iguales, con expectativas más realistas acerca de la realidad y que, de adultos, serán capaces de seguir una secuencia lógica que les permitirá obtener logros mayores que los que no han logrado un buen manejo de esta habilidad. Por no decir, cuántos problemas futuros podrán ahorrarse, si lejos de exhibir un comportamiento impulsivo, logran manejárselas con la frustración.
¿Cómo ayudar a superar la frustración en los niños?
Veamos qué podemos hacer para ayudar a nuestros hijos a adquirir este aprendizaje y superar el muro de la frustración. Deciros, que no desesperéis en el intento, ya que a veces, los resultados de la dura tarea de educar difícilmente son inmediatos y durante mucho tiempo, puede que los resultados a nuestros esfuerzos por encarrilar a nuestro hijo, sean casi imperceptibles. Tratemos de no frustrarnos nosotros por ello.
Me atrevo a decir que educar es, probablemente, de las labores más difíciles a las que puede enfrentarse el ser humano, así que cojamos aire y tratemos de descifrar junto con nuestro hijo qué es lo que está sintiendo.
- No sería de extrañar, que ni tan siquiera él mismo conociera el verdadero motivo de su comportamiento y su frustración. Ayudémosle poniendo nombre a lo que siente, incluso, si fuera necesario, a detectar su malestar en alguna parte del cuerpo.
- A menudo, al estado de frustración del niño, le acompañan correlatos fisiológicos, es decir, es posible que sienta opresión en el pecho, dolor de barriga,… Por lo que una buena forma de empezar a entendernos, podría ser ayudar a localizar su malestar en alguna parte del cuerpo.
- Claro está, quizá un paso previo a poder dialogar con él, será el de aprender a contener su malestar y frustración. No nos olvidemos que incluso cuando nuestro hijo se comporta con ira, nosotros, aun riñéndole, seguimos siendo, sin darnos cuenta, modelos de los que aprenderá a comportarse, a quien imitar. Por lo tanto, si queremos que aprenda a auto-controlarse, de nada sirve ser nosotros quienes nos frustramos ante su reacción descontrolada y reaccionamos con enfado e ira ante su actitud. Mantengamos la cordura, comportémonos con firmeza sin olvidarnos que no es un adulto con quien estamos tratando, y que su comportamiento, escapa a toda intencionalidad.
- La empatía, la firmeza y el afecto, son tres cualidades que básicas para manejar la frustración infantil, que nunca debemos dejar de lado como cuidadores.
- Empatía: para tratar de ponernos en la piel de nuestro hijo, entender, ver y sentir como él lo haría.
- Firmeza: porque educar, requiere que cada comportamiento inapropiado tenga una consecuencia acorde a esa falta.
- Afecto: porque incluso cundo le reprendemos, debemos ingeniárnoslas para hacerle sentir querido y aceptado.
- Queremos transmitirle que esa conducta concreta es inaceptable y no que el inaceptable es él o ella. No es necesario descargar nuestro malestar a voces, puede que incluso, tras hacerlo, nos sintamos mal por el efecto que ha tenido nuestra conducta en él. Necesitamos transmitirle que eso que hace, que así como lo manifiesta, no es apropiado.
- No nos olvidemos de tratar de satisfacer su deseo en el intervalo de tiempo que hayamos señalado. Queremos demostrarle que hay lugar para el cumplimiento de los deseos, pero eso sí, en el momento preciso. Pensad, que los valores internos que un día gobernarán sus conductas, son “inversiones” que hemos realizado durante sus años de educación y cuidado. Aquellas voces que en nuestra infancia retumbaban de nuestros padres- “¡esto no se hace, debes hacerlo así!”, en la adultez, son el discurso interno que a veces mantenemos con nosotros mismos cuando evaluamos nuestro comportamiento determinando cuánto de bien lo hemos hecho.
- Cada vez que ayudamos a nuestro hijo a determinar qué le ocurre, contenemos su malestar, le ayudamos a superar la frustración infantil, y le enseñamos otras formas cómo podría expresarlo, estamos contribuyendo a su regulación emocional para que un día, sea él mismo quien pueda auto-regularse, esto es, entender que le sucede y saber poner una solución más adaptativa a esa emoción que aparentemente le desborda.
¡Qué sencillas pueden resultar mis palabras y qué fácil es estar detrás del papel, escribiendo estas líneas y no ser, quien día a día, a de lidiar con la frustración de mi hijo!- puede pensar algún lector.
Un ejemplo con el que podemos aprender a manejar la frustración en los niños
Quizá un ejemplo real de frustración infantil, nos pueda enseñar mejor a manejar los conceptos: Ana, es la madre de María, una niña de 7 años, a quien su madre define como encantadora pero incontrolable cuando se encuentra con alguna negativa. María es hija única y muy deseada por el matrimonio.
A lo largo de su historia -cuenta Ana- han intentado que a su hija no le faltara cuanto cariño y afecto le hayan podido dar. Ya no sólo ellos, sino sus familiares, que también han acogido a María con gran entusiasmo.
Cuando no estaba en los brazos de uno, estaba en los brazos de otro y difícilmente se encontraba con un ¡NO! -cuenta Ana-. Con 7 años, María es una niña con muy baja tolerancia a la frustración.
A menudo, los padres temen traumatizar a sus hijos cuando ven en ellos el sufrimiento y frustración que les producen las repuestas negativas. Por ello, caen en el error de tratar de minimizar esas respuestas e intercambiarlas por afirmaciones positivas en cuanto perciben malestar en sus hijos.
En la vida hay normas, límites y muros que uno no puede derribar a su antojo. Por lo que en la infancia, uno debe encontrarse también con esos elementos. Ana, relató la siguiente experiencia de frustración infantil:
“Estaba en el supermercado con María cuando ella, que caminaba a sus anchas, cogió una muñeca y se volvió hacia mí diciendo que se la comprara. Le dije que no era posible, que teníamos prisa y que en otro momento la cogeríamos. María empezó a gritar que la quería, insistí en que no era posible en ese momento, temía que reaccionara de ese modo y que finalmente todos nos mirasen, y eso fue lo que pasó. No sabía cómo contenerla, no sabía qué hacer para dejar de sentir cómo las miradas de los otros se clavaban en nosotras, así que finalmente, accedí a comprarle la dichosa muñeca”.
Sin darse cuenta, Ana premió el comportamiento de María, por lo que una vez más, María interiorizó que ese modo de actuar tenía su recompensa. ¿Qué pueda hacer Ana para que María deje de comportarse así? Ante todo, hacerle ver a María que con ese comportamiento aleja la posibilidad de satisfacer su deseo. Veamos algunas recomendaciones que podríamos sugerirle a Ana:
1- Contener el malestar de su hija y reafirmarse en el límite que ha interpuesto creyendo que lo que hace es para su beneficio y forma parte de la dura tarea de educar: Que María no sepa controlar sus emociones en determinados momentos y sufra por ello, no quiere decir que seamos buenos o malos padres. Ana debería haber continuado con su negativa a comprarle la muñeca, indistintamente a la reacción de María. No sólo son importantes las palabras, sino también el tono que adoptamos. No se trata de excedernos en el tono de voz. A los niños puede aterrarles que les gritemos, se trata de comportarnos con firmeza, adquirir una posición y que ésta sea inamovible mientras nos hacemos conscientes de que nuestro hijo no sabe hacerlo mejor, pero tenemos que enseñarle. Nos mostramos empáticos con su malestar, sabemos que desea algo y que todavía no ha aprendido a postergar el deseo, pero nos mantenemos firmes en el límite y la norma establecida.
2- Proponerle alguna forma o día en el que podrá adquirir la muñeca y CUMPLIRLO:
“la semana que viene es tu cumpleaños y vendremos a comprarla” o “si nos vamos del supermercado sin que te enfades ni llores y esta tarde haces los deberes, mañana la compramos”.
Si se dice y se hace, SE CUMPLE. De lo contrario, enseño a mi hijo que no son más que palabras lo que digo.
3- Si María está descontrolada y no atiende a las palabras de Ana: un simple y firme “¡ahora no, vamos!” debería ser suficiente. No malgastemos en esos momentos muchos esfuerzos en ganarnos la comprensión de nuestro hijo ya que hasta que no disminuya su activación emocional, no será capaz de atender a razones. Probablemente tengamos que caminar sin él unos pocos metros, o volver atrás y cogerlo de la mano y marcharnos mientras llora con fervor.
4- Cuando el disgusto disminuye, es quizá el momento en que María y Ana puedan reflexionar acerca de lo sucedido. Ana debe expresar sus sentimientos y tratar de ayudar a María a entender los suyos y ofrecerle algún comportamiento alternativo:
“estoy enfadada por cómo te has comportado, entiendo que quieres la muñeca, ya hemos dicho que (mañana, la semana que viene,…) vendremos a comprarla. Pero no me gusta que llores y grites de esa manera”, “sé que estás enfadada porque querías la muñeca, pero tampoco sirve de nada que te pongas como te has puesto. Con decirme que deseas tener esa muñeca, podemos mirar qué podemos hacer para que la tengas. Ahora, no sólo no tienes la muñeca, sino que también estamos las dos enfadadas”.
La empatía, también debe servirnos cuando nuestro hijo nos expresa con enfado que no nos quiere o que somos malos. No es un adulto quien dice estas palabras, son formas que tienen los niños de ilustrar sus emociones y, hacer más caso a esas palabras del que debiéramos, puede tener connotaciones negativas en el menor.
A frases como “no te quiero mamá, eres tonta”, debieran seguir expresiones que transmitieran aceptación y afecto en todo momento. Estar enfadado por cómo se ha comportado, no debe suponer la retirada de afecto ni de cariño. El mensaje subliminal que siempre debe quedar es:
“estoy enfadada por cómo te has comportado, pero te sigo queriendo como siempre y hay muchos motivos por los que sigo estando orgullosa de ti por cuantas cosas haces bien”.
5- Si María cumple lo pactado con Ana, ella debería cumplir con la otra parte del trato y mientras lo hace, transmitirle cuánto de contentas están las dos por haberlo hecho de esta forma: al cumplimiento de una norma o de un límite negociado, debe seguirle la recompensa que habíamos pactado. Si queremos que nuestro hijo cumpla con los límites y normas establecidos, y por consiguiente, que maneje adecuadamente su frustración, debemos hacerle ver que con su comportamiento negativo no va a conseguir el objeto deseado, al contrario de si cumple con lo propuesto.
En definitiva, ayudar a nuestro hijo a vérselas con la frustración, puede suponer: proponer límites adecuados para su edad; negociar y conceder lo prometido; y comportarse de forma empática y con firmeza, pero sin olvidarnos del afecto, para que nos permita transmitirle aceptación. Ya que nuestro objetivo es sancionar una conducta inapropiada, que sabemos que carece de premeditación. Y ante todo, no olvidar que incluso cuando reprendemos a nuestros hijos, somos modelos a quien imitar en el futuro.