Supervivientes de ictus con alto nivel educativo sufren un mayor deterioro mental, según un estudio

Un importante estudio reciente revela que los supervivientes de un ictus con niveles de educación más altos pueden experimentar un deterioro cognitivo más rápido en funciones cerebrales específicas, en particular en las capacidades ejecutivas. Aunque estas personas tienden a rendir mejor tras un ictus, gracias a una reserva cognitiva más fuerte, su capacidad para gestionar tareas, cambiar el foco de atención o resolver problemas puede deteriorarse más rápidamente en los años siguientes. Sin embargo, la memoria y el pensamiento en general tienden a deteriorarse a un ritmo similar en todos los niveles educativos. Estos hallazgos subrayan la necesidad de identificar riesgos ocultos en pacientes que parecen cognitivamente fuertes al principio, y de adaptar las estrategias de recuperación teniendo en cuenta el apoyo a largo plazo.

Supervivientes de ictus con alto nivel educativo sufren un mayor deterioro mental, según un estudio. Imagen de Shutterstock

Nuevo estudio destaca vulnerabilidades ocultas en la trayectoria cognitiva tras un ictus

El estudio fue dirigido por la Dra. Mellanie V. Springer, de la Universidad de Míchigan (EE. UU.), en colaboración con un equipo de expertos de instituciones como la Universidad Johns Hopkins, la Universidad de Columbia y la Universidad de Alabama. El estudio completo fue publicado en JAMA Network Open el 26 de marzo de 2025 y está disponible bajo el DOI: 10.1001/jamanetworkopen.2025.2002.

Los datos se recopilaron a partir de cuatro extensos estudios de cohortes realizados en EE. UU.:

  • Atherosclerosis Risk in Communities Study (ARIC) (Estudio sobre el riesgo de aterosclerosis en comunidades)
  • Framingham Offspring Study (FOS) (Estudio de la descendencia de Framingham)
  • Reasons for Geographic and Racial Differences in Stroke (REGARDS) (Motivos de las diferencias geográficas y raciales en el ictus)
  • Cardiovascular Health Study (CHS) (Estudio sobre la salud cardiovascular)

El análisis incluyó a 2.019 supervivientes de ictus que no presentaban signos de demencia en el momento del evento y que se habían sometido a pruebas cognitivas tanto antes como después del ictus. El 51,9 % de los participantes eran mujeres (1.048 personas), con una edad media en el momento del ictus de 74,8 años. En cuanto al nivel educativo, 339 participantes (16,7 %) no habían completado la educación secundaria, 613 (30,4 %) habían finalizado la secundaria, 484 (24,0 %) habían asistido a algún nivel universitario sin titularse, y 583 (28,9 %) tenían un título universitario o superior. El tiempo medio de seguimiento fue de 4,1 años.

Los niveles educativos fueron autodeclarados y clasificados en cuatro grupos. Los investigadores evaluaron el rendimiento cognitivo en tres dominios: cognición global, memoria y función ejecutiva —esta última incluye habilidades como la toma de decisiones, la planificación y la multitarea.

¿Qué distingue a este estudio?

A diferencia de investigaciones anteriores que a menudo evaluaban la cognición en un solo momento tras el ictus, este estudio:

  1. Evaluó los cambios cognitivos a largo plazo con el tiempo
  2. Incluyó datos cognitivos previos al ictus
  3. Armonizó las mediciones entre diferentes cohortes de estudio
  4. Controló una amplia gama de factores de salud y demográficos

Cabe destacar que los investigadores inicialmente plantearon la hipótesis de que un mayor nivel educativo protegería frente al deterioro cognitivo después del ictus. Sin embargo, los datos revelaron una realidad más compleja: aunque las personas con mayor educación partían de una base cognitiva más sólida, mostraron un declive más rápido en ciertas áreas después del ictus. Este patrón inesperado añade una nueva dimensión al concepto de reserva cognitiva.

Principales conclusiones: la educación facilita un comienzo más sólido, pero no ralentiza el declive

El resultado más destacado del estudio fue el siguiente: las personas con más años de educación obtuvieron mejores resultados en las pruebas cognitivas poco después de sufrir un ictus. Pero en los meses y años posteriores, tendieron a perder ciertas habilidades mentales —especialmente las relacionadas con la gestión de tareas y la resolución de problemas— más rápidamente que aquellas con niveles educativos más bajos.

1. Un punto de partida más sólido

Los participantes que habían continuado su educación más allá de la escuela secundaria comenzaron con mejores capacidades cognitivas generales. Obtuvieron puntuaciones más altas en áreas como la cognición general (qué tan claramente piensan), la memoria (qué tan bien recuerdan las cosas) y la función ejecutiva (qué tan bien organizan y gestionan información o actividades). Por ejemplo, alguien que haya estudiado en la universidad podría recordar instrucciones más rápidamente, manejar tareas complejas o realizar varias actividades a la vez de manera más eficiente justo después de un ictus.

2. Pero un declive más pronunciado en funciones clave

A pesar de partir de un nivel más alto, esas mismas personas perdieron capacidades más rápidamente con el tiempo en lo que respecta a las funciones ejecutivas. Estas incluyen habilidades mentales como:

  • Planificar una rutina diaria
  • Cambiar de una tarea a otra
  • Gestionar las finanzas o la medicación
  • Resolver nuevos problemas o aprender a usar herramientas desconocidas

Por ejemplo, un arquitecto jubilado podría no tener ninguna dificultad para manejar los asuntos del hogar durante el primer año después de un ictus. Pero en el segundo o tercer año, podría comenzar a tener problemas con tareas básicas de organización —como seguir una receta, cuadrar un presupuesto o coordinar citas.

3. La memoria y el pensamiento general se mantienen más estables

Curiosamente, la velocidad con la que disminuyeron la memoria y las capacidades generales de pensamiento no dependía mucho del nivel educativo de la persona. Esto sugiere que las funciones cerebrales responsables de almacenar y recuperar información podrían no ser tan vulnerables a este patrón particular de deterioro posterior al ictus —o bien podrían disminuir a un ritmo más constante en todos los grupos.

4. La edad y la genética no modifican el patrón

La investigación también descubrió que ni la edad de la persona en el momento del ictus ni su riesgo genético de padecer la enfermedad de Alzheimer influyeron significativamente en cómo el nivel educativo afectaba al deterioro cognitivo. En otras palabras, estos descensos más rápidos en la función ejecutiva entre las personas más educadas se observaron de forma constante, independientemente de la edad o del perfil genético.

5. Una caída más tardía pero más pronunciada

Los expertos creen que la educación crea una «reserva cognitiva», una especie de resiliencia mental que permite al cerebro afrontar mejor el daño. Pero una vez que esta reserva se agota, a menudo después de un evento como un derrame cerebral, el declive puede ser más pronunciado. Esto no significa que la educación sea perjudicial. Significa que las personas con más recursos mentales pueden resistir más tiempo, hasta que alcanzan un punto de inflexión. Una vez que eso sucede, su declive puede parecer más repentino o dramático.

Capacidades cognitivas en foco: qué ocurre dentro del cerebro tras un ictus

Este estudio permitió a los investigadores observar de cerca cómo cambiaban tres dominios cognitivos clave —la cognición global, la función ejecutiva y la memoria— en personas después de un ictus, y cómo estos cambios se veían influidos por su nivel educativo.

La cognición global es una medida amplia de la capacidad mental general, que incluye la atención, el lenguaje y la velocidad de procesamiento. Las personas con estudios universitarios obtuvieron puntuaciones ligeramente mejores en esta área inmediatamente después del ictus —alrededor de 1,09 puntos más en promedio en comparación con aquellas que no terminaron la educación secundaria. Sin embargo, la velocidad del deterioro en la capacidad cognitiva general no fue significativamente diferente entre los grupos educativos una vez que se tuvieron en cuenta factores como la edad, la salud y el rendimiento cognitivo previo. Esto sugiere que, con el tiempo, la educación no influye en gran medida en la capacidad de una persona para mantener sus habilidades generales de pensamiento después de un ictus.

La función ejecutiva, en cambio, mostró un patrón muy diferente. Al principio, los supervivientes de ictus con mayor nivel educativo obtuvieron mejores resultados en tareas que implicaban organización, planificación y pensamiento flexible. Pero esta ventaja se desvaneció más rápidamente. Por ejemplo, quienes tenían un título universitario perdieron alrededor de 0,44 puntos más por año que aquellos con menor nivel educativo. Las personas que habían asistido a la universidad o recibido formación profesional (pero sin completar un título) también experimentaron un declive más pronunciado —aproximadamente 0,30 puntos por año. Mientras tanto, quienes no habían terminado la escuela o solo contaban con una educación básica tendieron a mostrar un deterioro más lento y estable. Estos resultados se mantuvieron significativos incluso tras ajustar factores como la depresión, la genética y los ictus repetidos.

La memoria, en cambio, se mantuvo relativamente estable entre los distintos niveles educativos. Aunque las personas con estudios universitarios obtuvieron inicialmente casi un punto completo más en las pruebas de memoria tras el ictus en comparación con aquellas con menor nivel educativo, el ritmo del deterioro de la memoria no varió mucho una vez que los investigadores tuvieron en cuenta los factores de contexto. Curiosamente, las personas con estudios universitarios incompletos parecían mostrar el deterioro más lento de la memoria —incluso más lento que quienes tenían un título universitario completo.

Otro hallazgo clave: la edad no influía en cómo la educación afectaba la cognición tras un ictus. Los efectos del nivel educativo sobre el deterioro de la función ejecutiva, la memoria o la capacidad general de pensamiento fueron consistentes, tanto si el ictus ocurría en etapas tempranas como en etapas más avanzadas de la vida. Del mismo modo, los investigadores descubrieron que los factores genéticos de riesgo, los antecedentes de depresión o los ictus previos no modificaban significativamente estos patrones.

En resumen, la educación parece moldear la capacidad del cerebro para “absorber” el impacto de un ictus. Las personas con mayor educación pueden partir de un nivel más alto, pero una vez que comienza el deterioro —especialmente en tareas que implican pensamiento complejo o toma de decisiones— su trayectoria puede ser más abrupta. En cambio, la memoria y la cognición general parecen ser menos sensibles al nivel educativo después de un ictus.

Conclusión: por qué estos hallazgos podrían cambiar las estrategias de recuperación tras un ictus

Este estudio aporta una nueva perspectiva sobre cómo el cerebro afronta un ictus y cómo la recuperación a largo plazo puede variar según el nivel educativo de la persona. La investigación subraya la importancia de ir más allá de los resultados iniciales de las pruebas cognitivas tras un ictus y adaptar el apoyo en consecuencia.

Para la atención sanitaria y la rehabilitación

Los equipos médicos podrían necesitar prestar más atención a los pacientes que inicialmente muestran un buen rendimiento. La fortaleza temprana observada en personas con un alto nivel educativo podría enmascarar una vulnerabilidad subyacente. Planes de atención ajustados, un seguimiento prolongado y cribados cognitivos más tempranos podrían ayudar a prevenir un deterioro inesperado.

Para la ciencia y la investigación

Estos hallazgos ofrecen una valiosa perspectiva sobre cómo funciona la reserva cognitiva —y cuáles son sus límites. Comprender por qué la función ejecutiva se deteriora más rápidamente en algunas personas podría contribuir al desarrollo de nuevas intervenciones destinadas a preservar la agilidad mental durante más tiempo. También abre nuevas vías en la neurociencia, especialmente en el estudio de los mecanismos de compensación cerebral y los puntos de inflexión tras una lesión.

Para la salud pública y la planificación

El estudio nos recuerda que, si bien la educación es un recurso poderoso para la salud cerebral, no garantiza inmunidad frente al deterioro cognitivo después de un ictus. Los mensajes dirigidos al público pueden destacar tanto el valor del aprendizaje a lo largo de la vida como la importancia de brindar apoyo continuo a todos los supervivientes de ictus —independientemente de su origen. La planificación de la recuperación debe ir más allá de la fase inicial y abordar también las necesidades y riesgos a largo plazo.

Por último, esta investigación refuerza un punto crucial: la recuperación después de un ictus no se define por las primeras semanas, sino por los meses y años siguientes. Saber quiénes corren mayor riesgo de sufrir un retraso en el deterioro cognitivo puede ayudar a configurar sistemas de apoyo más eficaces a largo plazo y garantizar que ningún paciente se quede atrás una vez que desaparezcan los primeros signos de progreso.